miércoles, 6 de enero de 2016

LEYENDAS URBANAS : ''Vi la maldad en su máxima expresión y tuve la suerte de sobrevivir para contarlo''



En esta noche, les relataré una historia que me la contó recientemente un señor que conocí hace unos pocos días. Lo haré en primera persona para que de algún modo logre transmitirle a ustedes el miedo que percibí en su voz al contarla.
Surgió a partir de una charla sobre "historias sorprendentes", es así que se animó a contármela. Él reconoce que en su experiencia podría encontrar explicación en los efectos del alcohol, más las sensaciones que quedaron en él.

Hasta el día de hoy, hacen suponer que lo que vivió, fue real.
Era muy joven, hacía dos semanas que me había puesto de novio con una linda señorita; yo le insistía en tener intimidad. Ella, una chica decente de los años 60, solo evadía mi propuesta.
Mis hormonas tomaban decisiones por mi; así una noche de verano, sofocada por el calor pero con el aliciente de una fugaz brisa que arribaba de rato en rato por una tormenta lejana que se venía aproximando, salimos a caminar con tres amigos. Íbamos a una casa de citas. No sentía culpa por mi novia, no era infidelidad, no buscaba el amor, solo pasar un buen rato con una fogosa mujer.
Íbamos llegando hacia aquel burdel mientras caminábamos por esa calle húmeda y oscura. Pasamos frente a la casa de los Nieva, una familia azotada por las desgracias. La fachada de aquella casa, por si misma daba miedo. Nadie se animaba a pasar de noche solo y mirar hacia sus ventanales de cristales rotos, por temor a encontrar allí parada a esa mujer de cabellos largos mirándote. Y es que aquella casa abandonada, tenía fama de estar embrujada.

Llegamos al "puticlub" y para nuestra mala suerte, nos damos con que no había ninguna chica disponible, por lo que algo molestos decidimos volver. Sin planearlo, pasamos nuevamente por frente de aquella casa con fama de encantada.
Delante nuestro, por la misma acera, una mujer joven vestida de oscuro y cabellos largos y negros venia hacia nosotros. La mujer de buen cuerpo y buen andar, con la mirada gacha, pasó cerca nuestro, casi temerosamente pegada hacia los barrotes de la verja de aquella misteriosa casa. La ingesta de alcohol, sumada a la locura transitoria que teníamos siendo jóvenes, especialmente cuando andábamos en "manada", nos hizo dar coraje para decirle algo. Alguno dejó escapar una suerte de piropo poco cordial que superaba la indecencia. Cuando para sorpresa nuestra, aquella enigmática mujer cuyo rostro no pudimos ver claramente por la oscuridad, se detuvo a tan solo unos metros y se quedó mirando al suelo, pero con su rostro ligeramente de lado, de tal manera que se lograba percibir vagamente su perfil. Era hermosa, atractiva, y sobre todo, misteriosa.

Siendo el más joven, me animaron a encararla, así me acerqué, tímidamente en un principio, pero como decía, mis hormonas mandaban. Estando solo a centímetros, logré decirle que era hermosa, cuando en ese instante giró su rostro. Juro que lo que vi, fue lo más horrible que alguien pueda ver. Su ojos...no tenia ojos, solo unos huecos oscuros. Su boca era muy grande y lograba ver sus dientes como sucios. Se dirigió a mí, con una voz histérica, casi gritando y me dijo:

–¿...me quieres c...hdp? Me quieres c....?–

Recuerdo que sentí sus manos agarrarme del brazo, tenía la fuerza de un hombre o más aun. Empecé a gritar para sacármela de encima, miré para atrás buscando a mis amigos, estos ya no estaban. Lo último que vi, antes de desvanecerme, fue su lengua, inmensa, como la de un perro que la sacaba para lamerme.

Alguien me despertó, era un policía que pasaba por allí. Creyeron que estaba alcoholizado. Lo estaba, pero no lo suficiente como para alucinar o desmayarme y quedar inconsciente. Igual me llevaron detenido por ser menor de edad. Nadie creyó lo que conté, solo mis amigos que me contaron luego, vieron una fantasmal mujer a mi lado que se empezó a evaporar como si fuera humo. Allí todos salieron corriendo.


Me costó recuperarme de aquello. A mi novia solo se lo conté muchos años después. Desde aquella vez, nunca más volví a decirle nada o a faltarle el respeto en las calles a ninguna mujer. No sé qué fue lo que vi, pero lo que sí sé, es que soy de los pocos que vi la maldad en su máxima expresión y tuve la suerte de sobrevivir para contarlo.

ANÓNIMO, Alberdi (Tucumán)

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