En esta noche, les relataré una historia que me la contó
recientemente un señor que conocí hace unos pocos días. Lo haré en primera
persona para que de algún modo logre transmitirle a ustedes el miedo que
percibí en su voz al contarla.
Surgió a partir de una charla sobre "historias
sorprendentes", es así que se animó a contármela. Él reconoce que en su
experiencia podría encontrar explicación en los efectos del alcohol, más las sensaciones
que quedaron en él.
Hasta el día de hoy, hacen suponer que lo que vivió, fue
real.
Era muy joven, hacía dos semanas que me había puesto de
novio con una linda señorita; yo le insistía en tener intimidad. Ella, una chica
decente de los años 60, solo evadía mi propuesta.
Mis hormonas tomaban decisiones por mi; así una noche de
verano, sofocada por el calor pero con el aliciente de una fugaz brisa que
arribaba de rato en rato por una tormenta lejana que se venía aproximando,
salimos a caminar con tres amigos. Íbamos a una casa de citas. No sentía culpa
por mi novia, no era infidelidad, no buscaba el amor, solo pasar un buen rato
con una fogosa mujer.
Íbamos llegando hacia aquel burdel mientras caminábamos por
esa calle húmeda y oscura. Pasamos frente a la casa de los Nieva, una familia
azotada por las desgracias. La fachada de aquella casa, por si misma daba
miedo. Nadie se animaba a pasar de noche solo y mirar hacia sus ventanales de
cristales rotos, por temor a encontrar allí parada a esa mujer de cabellos
largos mirándote. Y es que aquella casa abandonada, tenía fama de estar
embrujada.
Llegamos al "puticlub" y para nuestra mala suerte,
nos damos con que no había ninguna chica disponible, por lo que algo molestos
decidimos volver. Sin planearlo, pasamos nuevamente por frente de aquella casa
con fama de encantada.
Delante nuestro, por la misma acera, una mujer joven vestida
de oscuro y cabellos largos y negros venia hacia nosotros. La mujer de buen
cuerpo y buen andar, con la mirada gacha, pasó cerca nuestro, casi temerosamente
pegada hacia los barrotes de la verja de aquella misteriosa casa. La ingesta de
alcohol, sumada a la locura transitoria que teníamos siendo jóvenes,
especialmente cuando andábamos en "manada", nos hizo dar coraje para
decirle algo. Alguno dejó escapar una suerte de piropo poco cordial que
superaba la indecencia. Cuando para sorpresa nuestra, aquella enigmática mujer
cuyo rostro no pudimos ver claramente por la oscuridad, se detuvo a tan solo
unos metros y se quedó mirando al suelo, pero con su rostro ligeramente de
lado, de tal manera que se lograba percibir vagamente su perfil. Era hermosa,
atractiva, y sobre todo, misteriosa.
Siendo el más joven, me animaron a encararla, así me
acerqué, tímidamente en un principio, pero como decía, mis hormonas mandaban.
Estando solo a centímetros, logré decirle que era hermosa, cuando en ese
instante giró su rostro. Juro que lo que vi, fue lo más horrible que alguien
pueda ver. Su ojos...no tenia ojos, solo unos huecos oscuros. Su boca era muy
grande y lograba ver sus dientes como sucios. Se dirigió a mí, con una voz
histérica, casi gritando y me dijo:
–¿...me quieres c...hdp? Me quieres c....?–
Recuerdo que sentí sus manos agarrarme del brazo, tenía la
fuerza de un hombre o más aun. Empecé a gritar para sacármela de encima, miré
para atrás buscando a mis amigos, estos ya no estaban. Lo último que vi, antes
de desvanecerme, fue su lengua, inmensa, como la de un perro que la sacaba para
lamerme.
Alguien me despertó, era un policía que pasaba por allí.
Creyeron que estaba alcoholizado. Lo estaba, pero no lo suficiente como para
alucinar o desmayarme y quedar inconsciente. Igual me llevaron detenido por ser
menor de edad. Nadie creyó lo que conté, solo mis amigos que me contaron luego,
vieron una fantasmal mujer a mi lado que se empezó a evaporar como si fuera
humo. Allí todos salieron corriendo.
Me costó recuperarme de aquello. A mi novia solo se lo conté
muchos años después. Desde aquella vez, nunca más volví a decirle nada o a
faltarle el respeto en las calles a ninguna mujer. No sé qué fue lo que vi,
pero lo que sí sé, es que soy de los pocos que vi la maldad en su máxima
expresión y tuve la suerte de sobrevivir para contarlo.
ANÓNIMO, Alberdi (Tucumán)